lunes, 26 de noviembre de 2007

A tu salud !

Mi nana, la Martuca (Marta para los más amigos, enana del infierno para los que vivimos con ella) cree que me voy a volver alcohólico. Tan lapidaria sentencia la basa en que me tomo una cerveza todos los días y que últimamente he salido bastante, con lo que presupone que “salgo a tomar” como dice ella.

No deja de tener razón, generalmente hay una cerveza, pis-cola, ron-cola, tequila en casos especiales, de por medio. Pero realmente no es la motivación que me mueve a compartir con los demás, sino el simple hecho de pasar un buen rato.

La verdad de las cosas es que el alcohol etílico y yo no tenemos una relación muy fluida. No me pongo más simpático con unos traguitos demás; no me vuelvo un semental con las mujeres ni se me ocurren brillantes o revolucionarias ideas. Generalmente me voy para adentro, me quedo callado, escucho, miro, digo estupideces, cosas que jamás deberían salir de mi boca, cosas que se encuentra perfectamente guardadas bajo el manto de la sobriedad. Lo peor de todo es que uno no sólo dice, también siente y ahí es donde la cosa se pone extraña.

El copete me ha cagado harto la vida. Me ha costado castigos, retos, dinero, golpes, una nariz fracturada, una ceja hinchada, memorables vomitonas, peleas con las pololas, discusiones con mis amigos, caídas a piso en plena calle, llegadas tarde a clases, no llegadas a clases, malas notas, vergüenzas innumerables, la típica “apagá de tele” en ese momento… sí, en ese momento (por favor digan que es típica) y memorables situaciones embarazosas y en-barazosas, si entienden lo que digo (en casi - ¡ojo!... Casi - todas estas situaciones has estado tú, Javier “Keno” Lobos, te odio, me cagaste la vida, jajaa).

Asumo también que he roto la regla del mediodía y mis labios han tocado la cerveza como a las diez de la mañana, que a veces tomo sólo, pero no por necesidad de alcohol corriendo por las venas, sino porque hace calor. He tomado en la calle, conocí el guatero galáctico, he tomado con jugos “Yupi”, he tomado cervezas rancias, vinos baratos y diferentes, variadas y mortales mezclas de sobras luego de un carrete.

Aún así, no siento que esté fuera de los cánones de nuestra generación. ¿A quién no le ha pasado alguna de estas cosas, quizás peores o no? Así que me resisto a creer en mi alcoholismo, no hay nada fuera de lo normal en mí y mis tragos de vez en cuando. ¿Cómo lo sé? No es simplemente que reniegue de algún problema o que hay cosas que no pueda admitir, porque sé muy bien que hay muchos vasos (y tasas en algunos carretes) que no me debería haber servido jamás. Lo sé porque lo he vivido de cerca, lo sé porque mi abuelo es alcohólico.

Mi abuelo “se va de vacaciones”, como decimos por acá, de vez en cuando y de cuando en vez. A veces pasan meses, a veces no nos damos ni cuenta, a veces nos hacemos los lesos, a veces lo ha puesto en aprietos, siempre nos preocupamos y a veces lo entendemos. Probablemente sea un justificación tonta e ingenua para una conducta de por sí reprochable, pero es que vivió una vida de mierda. Es más, tan triste y dura es su historia, que cuesta creer lo adorable que es.

Hoy es el cumpleaños de mi tío Richard, que murió hace un poco más de un año atrás. Era el hijo mayor de mis abuelos y también era el regalón. Tuvo un accidente y el resto es historia. Ya se lloró por estos lados lo que se tenía que llorar y las heridas han ido sanando, cada uno a su ritmo, cada uno con su luto.

La cosa es que lo acompañé al cementerio para saludar a mi tío por su cumpleaños número 52. Una vez allá, colocamos las flores, prendimos unas velas y le cantamos feliz cumpleaños. Mi abuela se fue botar el resto de las flores y en ese momento mi abuelo me dijo: “vamos a hacer un brindis con el flaco”. Sacó una botella chica de pisco (creo que era pis-cola), roció la mitad sobre la tumba y de un solo trago se tomó el resto. “No le digas nada a tu abuela y echemos agua para que no se note”. Dicho y hecho.

Sentí ganas de decirle que no lo hiciera, que rociara toda la botella en el pasto. Pero me quedé tieso, mirándole los ojos llenos de lágrimas, igual que los míos, con las manos en los bolsillos y la sensación de que las lágrimas son más dulces con un trago en la mano. ¿Qué le puedo decir a mi abuelo? No tengo punto de comparación, es un grande entre los grandes.

Pero entendí algo. La Martuca está exagerando, no voy a ser un alcohólico. Mis penas se ahogan con una conversa, con un abrazo, una sonrisa, una “pichanga”, un beso o simplemente una lágrima. Hay otros que necesitan una ayudita, porque hay penas que no se irán jamás, y más vale sentarlas a la mesa, servirles un traguito y tratar de entenderse.

Por último, les dejo un regalito, una canción que mi abuelo siempre canta y que en su último cumpleaños se la cante yo:

CAÑA
Letra de Julián Araugo
Letra de Enrique A. Esviza
Musica de Enrique A. N. Mónaco
 
Dicen que soy un perdido...
que llevo el paso cambiado...
dicen que voy extraviado...
¡...pero no saben por qué!...
Si hoy amanezco mareado
y hago reír a la gente
es por borrar de la mente
la angustia que hay en mi ser.
 
Sirva más caña patrón...
llene hasta el borde mi vaso...
¡...si mi vida es un fracaso
hoy me quiero desahogar!...
 
¡Caña!...
con tu líquido que quema
voy arrastrando mis penas
y soportando el dolor...
¡Caña!...
dicen que sos un veneno...
la vida si que es veneno
si no la alienta un amor...
Para poder olvidar
quiero marearme con caña...
¡... si la vida ha sido huraña
es amargo recordar!...
 
Dicen que soy un perdido...
porque tomando y tomando
mi juventud voy dejando
al pie de algún mostrador...
Pero la gente no sabe
que cuando estoy divertido
mi corazón, oprimido,
tan sólo piensa en su amor.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Te perdono: Profanación de un recuerdo latente

Nunca había sentido la necesidad de escribirte algo (cuando pude decírtelo no lo hice). Es tanto el tiempo que ha pasado y somos tan distintos que sería como hablarle a una pared; una pared llena de fotos y recuerdos bañados en la sangre de un momento descuartizado, sueños mutilados y la promesa torturada de un yo más feliz.

¿Por qué me miras así? ¡Te da risa! Me pareció un poco extraño cuando se me ocurrió la idea, pero ahora lo confirmo todo. Tu risa lo dice todo. Y peor aún, no te ríes a carcajadas, eso sería un poco menos doloroso ya que pensaría que de verdad estoy elucubrando estupideces. Pero no. Te sonríes con una satisfacción que me da asco, como si me lo mereciera. Talvez ahora sí, no soy precisamente el ejemplo de persona que mi abuela cree que soy, pero en ese tiempo… ¡¡en ese tiempo era un niño enamorado!!

Probablemente no entiendas nada. Me dejaste de ver sin barba, sin remordimientos, sin culpas ni trancas. Yo te perdí la pista algunos años después. Nunca más supe de ti pero marcaste bien hondo en lo que soy ahora. ¿Que no puedo echarte la culpa? Te entregué mi primer enamoramiento, te entregué toda mi inocencia y mi ingenua forma de ver el mundo y de entregar cariño. Creo que esa es una responsabilidad que deberías asumir alguna vez.

Te cambió la cara, ¿te acordaste de algo? …

Sí. Recuerdo perfectamente cuando me llamabas, con remordimientos y lágrimas en la garganta y yo te escuchaba, te consolaba y luego te decía que no podía estar contigo, pero ¡¿qué más esperabas?! ¿No te acuerdas de las cosas que tú me hiciste? No vale la pena traerte esos recuerdos, harto mal que ya me han hecho. Porque sí, te transformaste en mi medida, en la persona que veo cada vez que quiero entregar cariño, en la que me dio la bienvenida a este mundo frío y podrido en individualismo, en la incapacidad de entregar afecto, de confiar, de comprometerse y compenetrarse, siento que me quitaste la capacidad de sentir, de conmoverme.

Hoy no soy más que una piedra en el camino, que lo ve pasar todo pero no guarda nada y que esta condenada a seguir siendo piedra, aunque se rompa, desgaste o se haga polvo. Por tu culpa me convertí en una mierda, me has transformado en ti, querida. Con ese miedo patético y desconcertante a entregar una pizca de afecto, ese pavor constante a confiar en alguien y esa soberbia lastimera de alguien que se refugia en si mismo para no estar con nadie más.

Ya te lo dije, nunca había sentido las ganas de decirte esto, probablemente porque nunca había estado tan seguro de esta sentencia. Tu desconfianza y frialdad me convencieron de que no vale la pena dar tanto para que te entreguen tan poco. Y estoy seguro de que tus lágrimas y miradas de odio fueron fiel prueba que te convencí de que hay gente que da sin esperar nada a cambio. Probablemente el que sacó la mejor parte aquí soy yo. Tú cargas con una maldición en los hombros, tú sientes.

Reconozco tu culpa porque asumo mi condena. Nunca más volveré a vivir el amor como lo hice contigo y la idea no me deprime. Si pude dar lo mejor de mí a alguien que me haría ese daño, significa que verdaderamente esto del amor es un invento del demonio. Pasaran las personas por mi vida sin pena ni gloria, como una tarde de lluvia o una siesta de domingo. Pero tú…

Tú nunca te olvidarás de mí… y cuando quieras pedir perdón y nos topemos alguna vez sobre este mundo, mirarás mis ojos y no encontrarás al que hiciste tanto daño, ni al que odiaste por dejarte, ni al que alguna vez te amó con todas sus fuerzas y sin razones.

Mirarás mis ojos y no sabrás quien soy. Seguirás tu camino, con la desolante y lapidaria sensación de haber visto de frente lo peor de ti… porque en eso me convertiste, en lo peor de ti.

Por eso... sólo por eso, te perdono.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Justicia Divina


Al parecer, después del texto anterior, Don Jeshu me anda persiguiendo. No le bastó con haber movido los hilos para que me pusieran en un colegio católico, ni con mandar a su ejercito caminante de niños gringos a tocar el timbre una vez al mes. No quedó contento con hacer que casi todos mis ramos generales obligatorios tuvieran que ver con religión, ni con transformar la Universidad en Pontificia un año antes de que yo entrara. Incluso me excluyó de una hermosa foto con mi generación del colegio cuando decidí no confirmamrme.

Sus esfuerzos esta vez han llegado demasiado lejos. No es que se me haya aparecido o me haya hablado, ni que tenga estigmas en alguna parte del cuerpo, aunque siempre hay algún rasguño que no sé de donde salió. Les hablo simplemente de “Justicia Divina”. Sí, esa extraña y misteriosa forma que tiene el universo de demostrarnos que hay algo más fuera de nuestro entendimiento; que existe alguien que nos está mirando y de repente, luego de muchas desilusiones y problemas varios, nos pega una palmadita en la espalda.

Todo empezó el viernes pasado (28 de septiembre) cuando otra noche de amigos y cervezas comenzaba. Partimos en una casa, como es costumbre, y ante la inminente llegada de la fuerza pública a razón de los “ruidos molestos”, decidimos emigrar hacia algún local de perdiciones y perversiones (Journal fue el elegido). Cuando veníamos de vuelta a la casa, a eso de las cinco y media, al pasar por el servi-centro de 6 Norte con San Martín, recordé que no teníamos cigarros y decidí gastar las últimas monedas en tan importante insumo.

La verdad es que siempre he tratado de ser un tipo simpático. No veo razón alguna de andar repartiendo odiosidad por la vida, por lo que trato de aislarme cuando ésta me inunda. Esta forma de ver la vida es directamente proporcional a la cantidad de alcohol que tenga en la sangre. En otras palabras, con unos copetes me pongo más simpaticón. Me dan ganas de arreglar el mundo, me sale el bailarín que tengo dentro, me sacudo las inhibiciones y me dan ganas de conversar con medio Chile, incluso con aquellos que, en la totalidad de mis capacidades mentales, no me llaman mucho la atención o no se ha dado oportunidad de conversar un poco más (también se me achinan más los ojos, se me traba la lengua y caminar se vuelve un desafío).

¿Por qué les cuento esto? Porque la historia sobre la “Justicia Divina” continua. Al llegar al servi-centro, un hombre de unos 27 o 29 años (ojo que es una estimación realizada a las 5 y media de la mañana de un viernes bien carreteado) venía saliendo. Al ver que se sube a una scooter (¿quién anda en moto a esa hora?) nace toda mi buena, motivada por lo que ya les expliqué en el párrafo anterior y le digo: “Oh!! Que linda la moto, yo también tengo una pero me da miedo sacarla”. Es verdad que tengo una, se la regalamos a mi madre cuando cumplió cincuenta años ya que era el sueño de su vida, pero nunca se ha atrevido a sacarla y, obviamente, yo tampoco, aunque alguna vueltecita me he pegado.

El tipo, muy “simpáticamente” me responde poniéndose el casco: “a mi no me da miedo… ¡maricón!" Ante tan cariñosa respuesta mi única opción fue guardar la buena onda para otra circunstancia y encaminarme hacia la puerta del servi-centro. No hubo un haz de luz, ni una paloma blanca, tampoco se apareció el Espíritu Santo ni se abrieron las aguas, simplemente fue un fuerte ruido el que me hizo mirar rápidamente hacia afuera.

¿Qué había pasado? Simplemente “Justicia Divina”, soberbia castigada, un escupitajo disparado hacia las nubes que cayó directamente en la cara. El tipo había partido raudo luego de su memorable frase, golpeó la vereda y terminó arrastrándose por el pavimento de la calle San Martín. La moto quedó desparramada a un costado y él, maltrecho y con algunos rastros de sangre, se paró rápidamente, se subió a la mato y siguió su camino, probablemente muy avergonzado. ¿Se habrá arrepentido de haberme dicho lo que dijo? No lo sé. Sin embargo, luego de algunos segundos de preocupación y después de verlo reincorporarse sin mayores problemas, una enorme y casi culposa satisfacción me inundó completamente.

Aunque no le hice nada, me sentí culpable por su vergonzoso accidente. No es que lo haya pedido o que tuviera ansias de venganza, pero no puedo negar lo bien que se sintió la situación luego del “a mi no me da miedo, maricón”. Mientras el servi-centro se inundaba de risas (todos habían escuchado la frase para el bronce que me regaló), yo sentía un poco de lástima por el motoquero petulante.

Para ser sincero, la tesis de la “Justicia Divina” no es lo que más me convence en este caso, principalmente por mi increíble incapacidad de confiar en esa clase de cuentos. Prefiero pensar que el hombre es preso de sus palabras y que la arrogancia sólo demuestra lo débiles y ridículos que podemos llegar a ser. Aunque aún guardo mis dudas, ya que luego del episodio del accidente, seguimos nuestro camino a la casa y jugando con una botella y una amiga, mientras nos seguíamos riendo del pobre tarado de la moto, yo también me caí. ¿Justicia Divina?

domingo, 2 de septiembre de 2007

Privatizado sea tu nombre... porque el señor es mi aval, nada me habrá de faltar


Señor:

Perdóname por haber pecado, por haber embelesado mis pensamientos con la idea de justicia y dejado de lado tu Santa Enseñanza Viva, por haber insultado tus dogmas y verdades con la razón, el pensamiento y la libertad.

¡Pecadores aquellos que han osado cuestionar tu mandato, que han levantado banderas de lucha por la igualdad, amparados en su falso Dios, el Estado, para imponer un orden pagano y terrenal, lejos de la divinidad y tu santa voluntad! Es el demonio que, disfrazado de democracia, nos encamina al tortuoso camino de la promiscuidad, la libertad sexual, de pensamiento y de acción. ¡Sálvanos Señor de ser libres!

Ingenuos los que defienden la píldora, pues no saben que luego de ser destrozado por un milagroso aborto, ese niño se sentará junto a ti y si nace, como es tu voluntad, los sacerdotes, tus servidores en la tierra, lo recibirán y cuidarán, acariciarán y besarán, porque tú así lo has dispuesto.

Dichosos los que dicen defender la vida, pues serán salvados de enfrentar el infierno al pintar con sangre de cordero un pez en la puerta de su casa o firmar un cheque cada mes a tu casilla postal. Sus barrios no serán castigados con pequeñas casas de colores ni en sus clínicas azotará la peste de malvadas niñas endemoniadas rogando por la satánica píldora.

En estos días, donde la santísima trinidad ha sido reemplazada por los paganos tres poderes del Estado, protégenos de las tinieblas, la modernidad, las leyes y estado de derecho, ya que son estos pecados los que nos encaminan hacia el Apocalipsis, nos llevan hacia algún cambio en este sagrado orden social.

Padre, guía a tu pueblo santo hacia la Tierra Prometida, allí donde los espera la abundancia, los buenos colegios, las universidades y los futuros asegurados. Sólo la fe hacia ti abrirá las aguas de la clase media para dejar atrás la pobreza y que tu gente cruce hacia las seguras orillas de la elite; convierte el agua en whisky, defiéndenos de los impuestos y de la envidia del no pudiente, es decir, del no creyente.

¡Cuídanos Señor de los pobres! Esos demonios servidores de la delincuencia, la lujuria y la irresponsabilidad, porque no son dignos de entrar en mi casa y todo es por su culpa, su culpa, su maldita culpa. Perdona nuestras ofensas, así como nosotros olvidamos las nuestras y líbranos de la justicia, pagana invención de los condenados, falso ídolo de los traidores.

Alguna vez utilizaste dos tablas de piedra para entregar tu voluntad. Hoy, que los tiempos lo ameritan, son los diarios, radios y canales de televisión los que traen tu palabra y nos advierten de la progestinolipsis, el fin del mundo por causa de esa píldora maldita, que obliga, cegados por Satán, las políticas públicas y los demoniacos derechos humanos, que los de menos recursos osen tener opción, se atrevan a contradecir o alterar tu orden celestial

Escuchen infieles: ¡Dios no ha muerto! ¡El Señor se ha privatizado!. Sus vidas inmorales y nada santas los hicieron perder la opción de su palabra gratuita. Sólo los reales fieles, los hombres de fe y dinero de verdad son los aptos para recibir su benevolencia y perdón. Sólo aquellos que puedan pagar la moralidad y la santa vida serán premiados con milagros, como la multiplicación de los billetes y la abundancia divina. Sólo el pueblo elegido será salvado milagrosamente de las pestes durante la progestinolipsis, horribles castigos como las hijas adolescentes embarazadas, la drogadicción, el robo, la infidelidad, los impuestos,
los colegios malos, el hambre, las casas chubi, los campamentos, los hacinamientos y la cesantía.

Dios Santo, creador del dinero y de la guerra, gracias por lo que nos has dado, por habernos protegido de la evolución mental, que sólo conduce a los infieles hacia su destrucción y su condena. No nos dejes caer en tentación ni en DICOM, líbranos del mal.

Amen.

lunes, 27 de agosto de 2007

Confesión de un fumador compulsivo... pero feliz !!


Un día, hace aproximadamente un año atrás, mi primo me dijo: “dame una buena razón por la que fumas” (él no fuma, toma poco y es fanático de los gimnasios). Mi primer pensamiento en ese momento fue: “¿no tienes nada más de qué preocuparte?”, y luego de algunos segundos y algunas piteadas del cigarrillo de turno mi respuesta fue rotunda: “no tengo ninguna buena razón”.

La verdad es que en ese momento no le tome el peso a su apestosa pregunta, talvez porque a nadie le gusta que lo critiquen, o quizá porque a nadie le acomoda no tener respuesta. Sin embargo, cada vez que prendo un puchito me acuerdo de ese intrascendente episodio ocurrido alguna noche del verano pasado.

Cada vez que me hago la pregunta trato de ponerle un poco de lógica. El resultado es el siguiente: el cigarro apesta, por ende, te hace apestar; es molesto para el que no fuma, incluso, en situaciones extremas, se vuelve molesto para el que fuma; te pone los dientes amarillos y tu boca se vuelve una chimenea; te daña la piel y te envejece; con el tiempo tu ropa estará pasada a cigarro; cuesta plata (con un cálculo al ojo, debo gastar mas de 20 lucas al mes en el maldito vicio); puede dañar tu corazón, tu sistema circulatorio, y el respiratorio, para terminar en terribles enfermedades cardiacas o pulmonares (pregúntenle a Don Miguel).

Sin duda que la visión lógica del consumo de nicotina mezclada con alquitrán - sólo dios sabe qué cosas más – es bastante contundente: el cigarro, de beneficioso, nada. Por lo tanto, aquí llego a una conclusión, pues si a pesar de todo estos contra del cigarro sigo fumando como condenado, es porque aquí hay algo sublime, fuera de la capacidad de entendimiento humano. Es como el amor y su increíble capacidad de ponernos en aprietos y seguirlo buscando, o como ese último copete que sabes que te hará despertar para la historia al otro día pero que te lo tomas igual, o como eso que haces aunque sabes que no te traerá momentos muy felices, pero lo haces igual, y cuando te preguntan ¿por qué? otra vez volvemos al principio, por nada, simplemente porque sí.

No puedo negarlo. Varias veces me he sorprendido prendiendo un cigarro tras 30 segundos de haber apagado el anterior. Peor aún, muchas veces los he prendido por el simple hecho de hacer algo, de no estar parado inmóvil, de justificar mi presencia. He fumado puros y pipas por la desesperación de no tener un cigarrillo a mano. He fumado en el medio tiempo de un partido de fútbol y siempre me fumo uno al final. He tenido arritmias y un sin número de dolores de garganta, cerradas de pecho y toses de perro por culpa del incomprensible vicio.

Aún así, no he podido dejarlo. He tratado, juro que he tratado. Una semana fue mi record, pero el primero que me fumé luego de ese receso fue le mejor de mi vida. A veces siento que estoy condenado, que mi fuerza de voluntad da para un voto de pobreza o celibato, pero no de abstinencia nicotínica. Por lo mismo, siempre doy puchos cuando tengo, para pagar mi deuda sanitaria conmigo mismo, porque entiendo al necesitado, porque he estado en su lugar (siento repentinamente que la filosofía del cigarrillo algo tiene que ver con el comunismo, pero eso da para mucho).

Probablemente mi problema sea compulsivo. Las veces que lo traté de dejar los reemplacé por dulces y me comía 20 por día; traté de cambiarlo por comida cada vez que me daban ganas de fumar y comía todo el día (en tres días me comí dos cajas grandes de cereal). Así que es definitivo, fuera de bajar un poco la cuota por falta de plata o cargo de conciencia, soy un fumador condenado, por el simple hecho de sentirme bien al llenar mis pulmones de humo tóxico.

Por todo esto, he decidido no hacerme más preguntas tontas y dejar al cigarro como esas maravillas de la vida, esas que le dan sabor al existir, esas cosas que no tienen respuesta ni explicación, sino que son sólo porque sí, porque te gusta, porque son tus pulmones, porque de algo hay que morirse ¿o no?
Por último, si usted creía que iba a terminar este texto con: “chao, me voy a fumar un pucho”, se equivoca… me fumé 5 escribiendo esto.

Fumadores, espero sus respuestas, a ver si desciframos este dilema metafísico.

Abrazos y buenas vibras, ojala compartamos un puchito alguna vez.

lunes, 20 de agosto de 2007

Pequeña biografía, segunda declaración de principios (resabio de algún ramo periodístico)


Es difícil escribir sobre uno mismo, más aún cuando estoy acostumbrado a que mis escritos busquen hechos, entreguen datos, realidades o verdades. ¿Qué verdades hay en mi vida? Aparte de los hechos históricos, mis verdades son escasas, por lo mismo son valiosas, pero aún así las busco día tras día.

Parte de mi realidad es que nací y crecí en el centro de Valparaíso, en un pequeño edificio de cinco pisos, sin ascensor, grandes ventanales que daban a la calle Uruguay, atestada de vendedores ambulantes, y ningún vecino que se acercara más o menos a mi edad. Era un edificio antiguo, con gente antigua, parte antigua de mi vida.

Vivíamos cinco personas en el departamento 503 del “Grimo”, donde al cruzarnos en el pasillo había que mover un sillón y donde mi entretención era despegar los parqué del piso para hacer mis castillos, tocar el timbre de la “Vieja” del 201, que me despertaba un miedo incalculable o mirar desde el balcón a la gente.

No tenía amigos con quienes jugar, pero sí tenía a mi hermana melliza, Maritza, que por esos años era la receptora de mis patadas karatekas, la portera que detenía mis pelotazos y la que me acusaba cada vez que rompía un figura de cerámica o una lágrima de la lámpara de la pieza de mis padres. Nunca hemos tenido una relación entrañable, pero ella sabe que la quiero, yo supongo lo mismo.

Las verdades que rescato de esos días son dos: primero, ese edificio me enseño a ser un hombre solitario, que escapa del bullicio y que ama los balcones, pues la soledad, más que la falta de compañía, es para mí una necesidad, una catarsis, un silencio amigo. Pero no esa soledad del ermitaño, sino la soledad en la muchedumbre, la soledad acompañada. Por eso amo los balcones, los veo a todos, solo.

La segunda verdad es que mi espacio en el mundo es pequeño. Luego de trece años viviendo en ese departamento, nos cambiamos a una casa en el cerro Barón que construyeron mis padres, a media cuadra de mis abuelos, donde siempre he sentido que el espacio me sobra, que nos vemos menos. Por eso mi espacio lo llevo conmigo, donde quiera que esté o donde estén los que quiero.

Con respecto a lo vivido, mi memoria no me acompaña mucho, es más, mis recuerdos de niño son casi nulos, más bien construidos de historias oídas, fotos y algún invento mío. Pero siempre he pensado que se debe a que fui feliz, disfruté y, por ende, es etapa superada, “no regrets” como dice una canción. Siento que esto me ha acompañado toda la vida, la mala memoria, el vivir hacia delante. Mi tercera verdad.

No significa que nunca haya tenido problemas, porque cuando se vive cerca de la familia no faltan (otra de mis verdades). Pero desde pequeño mi madre me enseñó que se enfrentan, que se hablan, que no se tiene vergüenza y que siempre es para mejor. Por eso los olvido, porque se arreglan, porque pasan a ser parte mía, aprendo de ellos, les saco el jugo y honro a mi vieja cuando me decía: “¡nunca!, nunca se comete un error dos veces”. Siempre los cometo, hasta tres o cuatro veces, pero los enfrento y los reconozco.

Así es mi madre, la perfección en la tierra. Lo sabe hacer todo, lo arregla todo, siempre “juega a ganador” como dice ella, reclama porque no hacemos nada pero cuando lo intentamos ya está hecho. Lo mejor es que mi papá es todo lo contrario, es despistado, desordenado, trabajólico, no sabe dar cariño aunque le brota por los poros. Son las dos mejores personas que he conocido y son, al mimo tiempo, las personas en las que más defectos encuentro.

He aquí otra verdad, tengo tanto de uno y del otro que no me parezco a ninguno. Heredé de mi padre lo soñador, lo romántico, lo ingenuo y de mi madre llevo lo testarudo, lo solitario, lo autosuficiente. Me veo en ambos, me escapo de ambos, pero sé que todo lo que soy, venga de ellos o no, se los debo, no porque me hayan llevado de la mano por la vida, sino porque me dejaron caminar solo, siempre mirando desde la esquina. No recuerdo que mi madre alguna vez me haya hecho una tarea, pero sí se que siempre estuvo ahí.

A través de mis realidades o verdades he construido al que hoy soy, orgulloso de lo que hago y feliz con mi vida y lo que me rodea. ¿Egocéntrico?, no lo sé. Tiendo a pensar que todo me ha resultado, meta puesta es meta cumplida, pero no soy ingenuo y, lo más importante, me criaron con humildad. Vivo esperando la caída, es más, quiero que llegue, que me haga crecer, que me enseñe.

Estos 21 años y las experiencias que han traído me sirvieron para definir quién quiero ser (por lo menos en esta etapa de mi vida) y qué quiero entregar a los que me rodean. Con este tesoro, con estas verdades, espero enfrentar el día a día y mantener mi mala memoria, porque creo que es signo de una vida bien vivida, de mirar para adelante, de actitud positiva. A fin de cuentas, eso es lo que quiero entregar desde aquí, desde mi balcón.

Primer saludo y seudo- declaración de principios



Primero que todo: Un gran saludo para cualquiera que pase por acá, pues la idea de tener este espacio es compartir mis ideas del mundo, perspectivas y opiniones, con los demás.

Siempre había querido tener un blog, pero la idea de que para escribir hay que vivir me había frenado un poco, pues no sentía tener cosas interesantes que contar. Ahora pienso que nada es realmente interesante (o todo realmente lo es, depende desde donde se mire) así que me dedicaré a escribir lo que es importante, trascendente, divertido, catártico, para mí, esperando que en algún momento lo sea también para ustedes.

No sé muy bien hacia donde caminará esta cosa, ni puedo adelantar mucho de lo que les voy a proponer en este espacio. De lo que si estoy seguro es que mi idea principal es la comunicación con el resto, construir y reconstruir un pedacito de realidad entre todos, compartiendo opiniones, gustos, risas, viajes metafísicos, voladas varias y alguna que otra historia de mi vida.

Por otra parte, siento que la vida se construye de pequeños momentos, los cuales encapsulan en su ínfima esencia todos los sentimientos y experiencias que se pueden experimentar en la vida. Por lo tanto, sentarse en un balcón, detenerse un segundo en la calle a mirar a la gente, hablar con desconocidos, un viaje en micro, una canción, un cigarro o una conversación; todos son momentos de los que podemos sacar las verdades y experiencias que necesitamos para construir nuestro mundo y maravillarnos una y otra vez.

Este principio me tienta a compartir esos fragmentos, esas desconexiones del mundo con los demás, pues en el día a día, en lo cotidiano, en lo pequeño está la esencia de nuestro paso por esta tierra, buena o mala, pero nuestra al fin y al cabo.

¿Cuántas ideas, pensamientos, voladas y meditaciones pasan por nuestra mente durante el día? ¿En cuántas oportunidades te desconectaste de la realidad mirando la pizarra de la clase donde estás sentado, esperando la micro, viendo televisión, escuchando música, estudiando, fumándote un pucho, tomándote un copete o simplemente haciendo nada? Esas cosas que pasan como ráfagas mentales, esos aullidos del filósofo que todos llevamos dentro, son los que quiero dejar acá, tal vez alguno nos conecte, nos haga pelear un rato o nos divierta un segundo.

Cuídense mucho. Ojala no se hayan aburrido mucho con esta lata y pasen de vez en cuando por acá.

Abrazos y buenas vibras !!!!!!!

PD: Si quiere entender un poco más mi volada de los fragmentos de la vida, lea “Historias en la palma de la mano” de Yasunari Kawabata. Son historias cortitas, de una simpleza y cotidianidad increíble, y aun así llenas de profundidad y reflexión… los orientales son buenos para eso ajjajaa !!!! Les recomiendo “Lugar Soleado”, es un cuento precioso.