domingo, 13 de junio de 2010

Falsas alas

Vuela el pájaro que creí serpiente.

Pero vuela con la culpa de las que se arrastran.

Las plumas pomposas acusan su real naturaleza.

Esa que nace entre polvo, sombras y sangre fría.

Vuela el pájaro que creí serpiente.

Pero sólo se arrastra entre las nubes.

Mientras el sol acusa sus escamas.

martes, 13 de abril de 2010

I hurt myself today...

Hace un par de semanas un primo chocó en moto y se quebró la clavícula. Pudo haber sido mucho peor. Volamos al sitio del accidente, porque él llamó para decir que estaba accidentado en algún lugar del camino a Lo Orozco, mas o menos a 40 minutos de mi casa, sin pode moverse y sin nadie que lo ayudara. Mientras salíamos de la carretera y entrábamos a ese camino de mierda, lleno de curvas y pendientes, no podía sacarme la cabeza la imagen de mi primo ahí botado, todo quebrado, quizá ya inconciente y quizá qué otra cosa.

Afortunadamente, la ambulancia y su señora llegaron antes que nosotros y no lo vimos si no hasta el hospital, con unos cuantos moretones, la clavícula rota y la frente magullada por los lentes que reventaron dentro del casco por el golpe que se dio en el suelo. Y digo afortunadamente porque pudo haber sido mucho peor, pudo haberse matado. Pero no, y va a vender la moto. Al final, el mayor problema fue explicarle a los pacos el por qué no tenía licencia. Claro, eso y la maldita venda que te ponen para que se te pegue el hueso de nuevo.

La famosa venda es como una mochila, un ocho en la espalda que te tira los hombros hacia atrás, para estar lo más derecho posible y que no te la puedes sacar hasta que se solucione la fractura, que varía entre el mes y las seis semanas. Eso para los afortunados, porque si la separación del hueso sobrepasa los dos centímetros, hay que operar y esa ya es otra historia. ¿Cómo lo sé? Porque yo también me fracturé la clavícula, dos años atrás.

Lo mío, claro está, fue mucho menos glamoroso, por decirlo de alguna forma. Jugaba mi primer partido de la temporada por la selección de fútbol de mi carrera y no llevaba en la cancha ni cinco minutos cuando fui a buscar una pelota y un tarado me hace una zancadilla y como si no le bastara con eso, cae sobre mí. Además de los moretones horribles, las heridas llenas de tierra y sangre y el brazo hinchado, me había quebrado la clavícula izquierda.

Me pasé todo un mes postrado, con la maldita venda que me acalambraba los hombros, el cuello y la espalda; que me cortaba la circulación de los brazos y me rompía las axilas porque mi enfermera personal (mi madre que es enfermera de verdad) la apretaba demasiado ya que tenía que estar, en sus palabras, “lo más derecho posible para que no te quede un cototo”. Las fracturas no duelen, a menos que uno las mueva mucho, pero la venda estaba para eso, para no moverse. Eran los moretones los que me hacían sufrir. Y claro, los calambres musculares por la tensión en los hombros y el cuello.

El accidente de mi primo me hizo recordar mi clavícula, y mi clavícula me hizo recordar la infinidad de cosas que me han pasado. Me he quebrado el antebrazo izquierdo dos veces, ambos huesos, y en ambos ocasiones fue jugando fútbol. Cuando era pequeño, me electrocuté con un Nintendo que enchufé mal y la palma de mi mano izquierda aún muestra la señales de eso. Me mordió la pierna el perro de mi vecino, dejándome un colmillo de proporciones en medio de mi gemelo derecho, con los puntos y las inyecciones correspondientes. Aunque lo mejor de esa historia es que el perro (que se llamaba Dinky), se murió unos pocos días después, envenenado por mí sangre.

Antes de cumplir los diez años ya me había metido una piedra en la oreja, me había tragado una moneda y me había corcheteado el dedo gordo de la mano. Era sin duda un amor de niño. Sumándole a eso las clásicas peladas de rodilla, cabezazos varios, uno que otro puñete en la cara, esguinces y luxaciones, normales en la vida de alguien que alguna vez fue deportista, algo sabía ya acerca del dolor. Pero nada, absolutamente nada fue más terrible que el dolor que me causaron dos malditos dientes… Ni se imaginan lo que les voy a contar.


viernes, 2 de abril de 2010

El ocasional estallido de la risa

Henry: Life is nothing but the echo of joy disappearing into the
great chasm of misery.

Rudy Holt: ... Youve had better.

Henry: Life is nothing but the occasional burst of laughter rising
above the inerminable wail of grief.

Rudy Holt: Thats my favorite.

Henry: It lives in truth, thats why.




Henry: Youll be fine. Well both be fine Rudy.

Rudy Holt: Thats life Henry.

Henry: Yep.

Rudy Holt: You know what life is?

Henry: Life is a horrible little giggle in the midst of a forced
death march towards hell.

Rudy Holt: No it isnt.

Henry: An interminable wale of grief...

Rudy Holt: No. Life is a single skip for joy.

Henry: I know.

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Yo ando saltando por estos días, esperando que no sea un simple eco. ¿Y tú?

Dedication... véala si quiere. Grandes personajes para una historia media fome sobre miedos infundados a ser feliz... ¿le suena conocido?

miércoles, 24 de marzo de 2010

Una vieja y una nueva

Si usted es ocioso y ya ha pasado por acá, puede que el primer texto lo haya visto, pero tuve que sacarlo para presentarlo en un concurso que exigía exclusividad de publicación. El segundo texto fue escrito exclusivamente para el mismo concurso. Claramente, el que uno debute y el otro vuelva a este agujero, significa que a nadie le gustó. Hay premio para el que adivine de qué se trata el segundo, y si ya lo sabe, no sople. Ya vendrá algo nuevo.

Crujía

Después de la lluvia, la casa cruje como si se reacomodara luego del aguacero
como si se estirara en dirección al sol

Vigas ilusionadas, buscando lenta, pero constantemente, lo que negras nubes les escondieron
como las flores, desnudadas por la lluvia, que buscan vitalidad

Hoy, que el sol seca los charcos con una presencia implacable, te vi caminar, sonriente por la calle
un ruido profundo me detuvo y pensé que los truenos anunciaban tormenta

Pero el sol no pensaba retirarse y las nubes negras estaban entristeciendo otros lugares, lejos de acá
era mi alma que crujía, se estiraba, tratando de alcanzarte.

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Recuerdos accidentales


Pensó de pronto que debía haber pasado por su casa y que eso de no verse hace años nunca fue una excusa válida. Hace años que no jugaba un partido y las ganas de hacerlo no desaparecieron jamás, al igual que el dolor de rodilla. Pensó también, en medio de ese silencio sordo, que hacía mucho tiempo que no se recostaba a mirar el cielo como ahora, que a pesar de brillar como nunca, ya comenzaba a teñirse de rojo. A lo lejos, el ruido de las sirenas se acercaba raudo. Cerca, el dolor y la luz se perdían paulatinamente.