lunes, 24 de agosto de 2009

'Cause every once in a while


La gente tiene varias formas de desahogarse y esta es una de las mías.


La canción se llama Move on y es el track número seis del disco Get Born de Jet. Lo compré en Argentina, durante un viaje inolvidable con mis amigos y media hora despúes, Rafa se sentó arriba y quebró la carátula... maldito !


Pd: I'm sorry for my english !

martes, 18 de agosto de 2009

La elegancia del caracol

Leía hace un tiempo a un tipo que hablaba sobre el amor de familia y ponía de ejemplo a Keith Richard jalándose, con un poco de magia blanca, las cenizas de su padre. “El acto siempre está por encima del pensamiento” decía, mientras yo pensaba que quizá la satisfacción del acto y su incomprensión son cosas absolutamente ligadas. Y es que nunca se dan todas las razones cuando justificamos lo que hacemos, ergo, las absolutamente incomprensibles por el resto son las absolutamente gratificantes para uno. Quizá no sea la mejor teoría. De hecho, eso de entender las cosas está absolutamente sobrevalorado.

Me fumaba un cigarro hace unos días, mientras rogaba que no se pusiera a llover de nuevo para no tener que pararme en la entrada del edificio rodeado de gente que no conocía y, de pronto, ella se despidió. Chao, cuídate, que estés bien. Beso, abrazo, pasos. Ella de espalda haciéndose cada vez más pequeña. Poniendo los pies uno al frente del otro, como caminan las que saben hacerlo. Era segunda vez que la veía en persona, pero la primera fue fugaz, de noche, después de la juerga y en realidad ni ella ni yo nos vimos. Una coincidencia espacio tiempo interrumpida por un amigo con agua en el bote gritando improperios que me obligaron a bajar la mirada, tomarlo del brazo y seguir caminando.

Beso, abrazo y pasos de una que sabe. Fue el abrazo, pensé de repente, el segundo abrazo. Ya me había dado uno cuando llegó llena de amigos y me saludo entre los míos. En ese momento me pareció extraña la forma en que se reconocen dos personas que nunca se han visto y menos han cruzado palabras, sino letras. ¿Habrá visto ella al mismo con el que conversa a veces? ¿Será ella esa misma?, pensé. No el primero, no lo noté. Fue sin duda el segundo abrazo el acto y ella no lo supo. No tenía por qué tampoco.

Una noche de la semana pasada estaba sentado frente a mi compañero inseparable de aventuras y desventuras y le decía que por temas de comodidad habíamos caído en la mala costumbre de sentirnos seguros donde estábamos, cómodos con los nuestros, y que eso nos privaba de cosas. Hay que conocer más gente, espeté decidido y envalentonado gracias al gin. Tienes razón, dijo él, por culpa del pisco. Obviamente, seguimos sentados uno frente al otro, en una mesa demasiado pequeña para mi gusto, sin hablar con nadie más que los dos meseros que nos atendieron.

Mi hermana me contaba que hace unas semanas tuvo que renovar sus documentos y que mientras esperaba en el registro civil notó que un chico la miraba mientras escribía en una libreta. Notó al salir que la seguía y luego de revisarse para ver si le habían robado algo, lo perdió de vista. Más tarde encontró en uno de sus bolsillos un poema sobre la belleza que se pierde y difumina en las salas de espera y en la burocracia de la vida, sin nombre, sin contacto, sólo por la satisfacción del acto. Yo pensé, no muy convencido de mi mismo (cada día me creo menos) que también era capaz de algo así…creo.

Beso, abrazo, pasos. Yo apoyado en la pared con mi cigarro a medio terminar y ella caminando, un pie delante del otro, sin saber que su acto me había alegrado el día. ¿Por qué habría de abrazarme si a penas me conoce? Si hubiese sido yo, no lo habría hecho, pensé. Me di rabia. ¿Si se lo hubiese dado yo habría pensado lo mismo que pienso? Quizá para ella es normal y no merece mayor análisis que el de un saludo o una despedida amigable. Ella encarnó por un breve segundo, mientras se desaparecía por la Avenida Errázuriz con caminar elegante, lo que yo me había propuesto esa noche de tragos. Y sólo le bastó con un gesto, un acto por encima del pensamiento. No del suyo, claro está, sino del mío.

No la conozco más allá de algunas conversaciones y dos abrazos, pero me alegró un día de lluvia, lo que lo hace aún más meritorio. Después me dijo que me veía bien en mi camisa a rayas y terminó por coronar su acto de bondad hacia un seudo desconocido, aunque mi camisa haya sido a cuadros. Espero que esto te alegre el día o lo que queda de él.

viernes, 14 de agosto de 2009

Cuestión de necesidades y honestidad

Lugar: A las afueras de un supermercado de Viña, en 10 norte.

Hora: Al rededor de las 9 de la noche.

Situación: Voy saliendo del supermercado, con el vuelto en una mano, una cajetilla de cigarros y un par de bolsas en la otra y, de pronto, veo a un mendigo. Por alguna razón creo que les hago un bien cuando les doy dinero y me siento mejor haciéndolo (tengo la mala costumbre de hacerme sentir bien a mí mismo con actitudes intrascendentes).

Miré mi mano y tenía varias monedas. Elegí dos de cien pesos y se las ofrecí, sin decirle nada. En realidad, ofrecer no es la acción precisa, porque se me hace ilógica la necesidad de preguntarme o preguntarle si las quiere o las necesita. Hay una sensación estúpida de que lo que le falta es lo que te sobra.

El tipo, para mi sorpresa, me dice que no con la cabeza y yo, tratando de entender por qué razón no querría aceptar mi ayuda (intrascendente y despreocupada), sólo atiné a decir: ¿qué?

De pronto pensé que me había descubierto, que se había dado cuenta, tras mi magnánimo gesto, de lo vacío que en realidad era. Que había notado lo poco que me importaba su historia, su situación, sus razones, sus necesidades, carencias, virtudes, ideas o sueños. Pensé, por dos o tres segundos, que el mendigo se pararía frente a mí, dejaría mi mano estirada y avergonzada, y me diría: “No aceptaré tus monedas porque no quiero hacerle favores a un imbécil”.

Pero no, miró mi otra mano, la que no tenía monedas, y me dijo: quiero cigarros. Y yo, haciendo honor a mi estúpida actitud anterior, para volver a sentirme bien conmigo, le di dos.



domingo, 9 de agosto de 2009

Vecinos/Súbditos

Hoy, leyendo a otros blogeros mucho más interesantes y dedicados que yo, llegué a la conclusión de que me gustaría tener vecinos. Es decir, los tengo, por todos lados, pero no molestan, ni siquiera hacen ruido, y eso me consterna.

Al costado izquierdo de mi casa viven alrededor de ocho personas y las veo tarde, mal y nunca. Al frente hay una familia de cinco, con niños y mascotas, pero sus apariciones callejeras son esporádicas y breves. Del otro costado es aún peor, ya que el mayor contacto que tengo con ellos (no sé cuantos son, ni sus nombres o edades) son los objetos que dejan sobre mi techo, como volantines, pelotas, botellas plásticas u otros juguetes, por los que deduzco, de una manera bastante arqueológica, que hay pequeños y que juegan a veces, empecinados, según mi experiencia, en que nadie los vea.

Y no es que necesite un saludo o una conversación intrascendente de parte de ellos, pues tengo suficiente con tener que saludar e inventar alguna pregunta que en realidad no me interesa cuando me encuentro con alguien medianamente conocido en algún otro lado. Lo que les pido es ruido y tiene que ver con que su silencio me ha puesto quisquilloso con mis propias expresiones auditivas.

Tengo el monopolio de lo que se escucha en esta cuadra. Abro mi ventana, subo el volumen, aprieto shuffle. Soy el culpable de una dictadura y no me gusta y lo que es peor, a nadie perece importarle, lo que hace de mi acto una cuestión sin sentido. Es como cuando juego fútbol. Mientras mejor sea el rival, más me divierto, aunque nos vayamos con una derrota categórica. Pero aquí no hay feedback, no hay contrincante, no existe el héroe ni el antagonista y si esto fuera una novela, sería un bodrio.

Y es que uno se cuelga de una ilusión, como si las películas se basaran en cómo fueron las cosas, cuando en realidad lo hacen en cómo nos gustaría que fuesen. Me gustaría que sonara mi timbre un día y alguien me pidiera un CD o me preguntara por el nombre o el artista de una canción que sonó ayer, a eso de las siete, cuando todavía quedaba algún atisbo de luz, justo antes de que se prendieran los focos de la calle. O levantarme un día y escuchar algo nuevo y prometedor, que me haga ir por ese timbre. O por último algo de Ana Gabriel o Arjona, para que abrir la ventana y subir el volumen cobre algún sentido, porque sería genial ver cómo se las arregla el nicaragüense fome para callar la guitarra de Clapton o un grito de Plant.

Hoy es domingo y sigo sentado en la soledad de mi trono de tirano, esperando un digno rival, mientras mis súbditos escuchan, les guste o no, el unplugged de Alice In Chains.


jueves, 6 de agosto de 2009

La clave del amorshhh

La película se llama "Martín (Hache)" y es absolutamente recomendable si usted es amante de las frases para la memoria y las teorías intrascendentes sobre la vida y las relaciones "humanas", que de humanas tienen cada vez menos.

Follar mentes muchachos, he ahí la clave. Suena medio cursi, pero por lo menos para mí, no hay nada mejor que una chiquilla bonita, pero nada más desilusionante que una chiquilla bonita sin una mente que te caliente (en el buen sentido de la palabra). Claro está que lo de bonita y lo de que te caliente se amarra a las perspectivas personales, pero al fin y al cabo son aquellas las que no se deben traicionar jamás. De hecho, en la película, esta encrucijada termina con un cóctel de drogas, pastillas, cerveza y suicidio en una piscina.

Pensamiento aparte, a Martín le dicen Hache porque se llama igual que su padre y la hache es por Martín hijo. Yo siempre quise un sobrenombre decente y mi papá me puso su mismo nombre, por lo que Hache me parece el adecuado, lástima que ya no fue mío.

Mención especial para Paz que me habló de Hache e hizo como que escuchaba mis teorías sobre la frase.

lunes, 3 de agosto de 2009

No todos brillamos

Para ser sincero, el título del blog es un tanto exagerado. No todos brillamos como la luna, las estrellas y el sol. Pero todos tenemos algo especi... no. Comienzo de nuevo. Todos tenemos algo raro. Yo por ejemplo, tomo el lápiz así desde que tengo memoria. Segun mi mamá es porque cuando chico tomaba el lápiz con la izquierda y fue la única forma de que lo tomara con la derecha (no sé para qué).








También, según mi hermana, sigo moviendo los labios cuando dejo de hablar (lo cual no ha sido comprobado empíricamente).




Ah ! Y puedo hacer esto... con ambos ojos !




¿Lo ven? Ni un brillo... ¿y usted?