lunes, 27 de agosto de 2007

Confesión de un fumador compulsivo... pero feliz !!


Un día, hace aproximadamente un año atrás, mi primo me dijo: “dame una buena razón por la que fumas” (él no fuma, toma poco y es fanático de los gimnasios). Mi primer pensamiento en ese momento fue: “¿no tienes nada más de qué preocuparte?”, y luego de algunos segundos y algunas piteadas del cigarrillo de turno mi respuesta fue rotunda: “no tengo ninguna buena razón”.

La verdad es que en ese momento no le tome el peso a su apestosa pregunta, talvez porque a nadie le gusta que lo critiquen, o quizá porque a nadie le acomoda no tener respuesta. Sin embargo, cada vez que prendo un puchito me acuerdo de ese intrascendente episodio ocurrido alguna noche del verano pasado.

Cada vez que me hago la pregunta trato de ponerle un poco de lógica. El resultado es el siguiente: el cigarro apesta, por ende, te hace apestar; es molesto para el que no fuma, incluso, en situaciones extremas, se vuelve molesto para el que fuma; te pone los dientes amarillos y tu boca se vuelve una chimenea; te daña la piel y te envejece; con el tiempo tu ropa estará pasada a cigarro; cuesta plata (con un cálculo al ojo, debo gastar mas de 20 lucas al mes en el maldito vicio); puede dañar tu corazón, tu sistema circulatorio, y el respiratorio, para terminar en terribles enfermedades cardiacas o pulmonares (pregúntenle a Don Miguel).

Sin duda que la visión lógica del consumo de nicotina mezclada con alquitrán - sólo dios sabe qué cosas más – es bastante contundente: el cigarro, de beneficioso, nada. Por lo tanto, aquí llego a una conclusión, pues si a pesar de todo estos contra del cigarro sigo fumando como condenado, es porque aquí hay algo sublime, fuera de la capacidad de entendimiento humano. Es como el amor y su increíble capacidad de ponernos en aprietos y seguirlo buscando, o como ese último copete que sabes que te hará despertar para la historia al otro día pero que te lo tomas igual, o como eso que haces aunque sabes que no te traerá momentos muy felices, pero lo haces igual, y cuando te preguntan ¿por qué? otra vez volvemos al principio, por nada, simplemente porque sí.

No puedo negarlo. Varias veces me he sorprendido prendiendo un cigarro tras 30 segundos de haber apagado el anterior. Peor aún, muchas veces los he prendido por el simple hecho de hacer algo, de no estar parado inmóvil, de justificar mi presencia. He fumado puros y pipas por la desesperación de no tener un cigarrillo a mano. He fumado en el medio tiempo de un partido de fútbol y siempre me fumo uno al final. He tenido arritmias y un sin número de dolores de garganta, cerradas de pecho y toses de perro por culpa del incomprensible vicio.

Aún así, no he podido dejarlo. He tratado, juro que he tratado. Una semana fue mi record, pero el primero que me fumé luego de ese receso fue le mejor de mi vida. A veces siento que estoy condenado, que mi fuerza de voluntad da para un voto de pobreza o celibato, pero no de abstinencia nicotínica. Por lo mismo, siempre doy puchos cuando tengo, para pagar mi deuda sanitaria conmigo mismo, porque entiendo al necesitado, porque he estado en su lugar (siento repentinamente que la filosofía del cigarrillo algo tiene que ver con el comunismo, pero eso da para mucho).

Probablemente mi problema sea compulsivo. Las veces que lo traté de dejar los reemplacé por dulces y me comía 20 por día; traté de cambiarlo por comida cada vez que me daban ganas de fumar y comía todo el día (en tres días me comí dos cajas grandes de cereal). Así que es definitivo, fuera de bajar un poco la cuota por falta de plata o cargo de conciencia, soy un fumador condenado, por el simple hecho de sentirme bien al llenar mis pulmones de humo tóxico.

Por todo esto, he decidido no hacerme más preguntas tontas y dejar al cigarro como esas maravillas de la vida, esas que le dan sabor al existir, esas cosas que no tienen respuesta ni explicación, sino que son sólo porque sí, porque te gusta, porque son tus pulmones, porque de algo hay que morirse ¿o no?
Por último, si usted creía que iba a terminar este texto con: “chao, me voy a fumar un pucho”, se equivoca… me fumé 5 escribiendo esto.

Fumadores, espero sus respuestas, a ver si desciframos este dilema metafísico.

Abrazos y buenas vibras, ojala compartamos un puchito alguna vez.

lunes, 20 de agosto de 2007

Pequeña biografía, segunda declaración de principios (resabio de algún ramo periodístico)


Es difícil escribir sobre uno mismo, más aún cuando estoy acostumbrado a que mis escritos busquen hechos, entreguen datos, realidades o verdades. ¿Qué verdades hay en mi vida? Aparte de los hechos históricos, mis verdades son escasas, por lo mismo son valiosas, pero aún así las busco día tras día.

Parte de mi realidad es que nací y crecí en el centro de Valparaíso, en un pequeño edificio de cinco pisos, sin ascensor, grandes ventanales que daban a la calle Uruguay, atestada de vendedores ambulantes, y ningún vecino que se acercara más o menos a mi edad. Era un edificio antiguo, con gente antigua, parte antigua de mi vida.

Vivíamos cinco personas en el departamento 503 del “Grimo”, donde al cruzarnos en el pasillo había que mover un sillón y donde mi entretención era despegar los parqué del piso para hacer mis castillos, tocar el timbre de la “Vieja” del 201, que me despertaba un miedo incalculable o mirar desde el balcón a la gente.

No tenía amigos con quienes jugar, pero sí tenía a mi hermana melliza, Maritza, que por esos años era la receptora de mis patadas karatekas, la portera que detenía mis pelotazos y la que me acusaba cada vez que rompía un figura de cerámica o una lágrima de la lámpara de la pieza de mis padres. Nunca hemos tenido una relación entrañable, pero ella sabe que la quiero, yo supongo lo mismo.

Las verdades que rescato de esos días son dos: primero, ese edificio me enseño a ser un hombre solitario, que escapa del bullicio y que ama los balcones, pues la soledad, más que la falta de compañía, es para mí una necesidad, una catarsis, un silencio amigo. Pero no esa soledad del ermitaño, sino la soledad en la muchedumbre, la soledad acompañada. Por eso amo los balcones, los veo a todos, solo.

La segunda verdad es que mi espacio en el mundo es pequeño. Luego de trece años viviendo en ese departamento, nos cambiamos a una casa en el cerro Barón que construyeron mis padres, a media cuadra de mis abuelos, donde siempre he sentido que el espacio me sobra, que nos vemos menos. Por eso mi espacio lo llevo conmigo, donde quiera que esté o donde estén los que quiero.

Con respecto a lo vivido, mi memoria no me acompaña mucho, es más, mis recuerdos de niño son casi nulos, más bien construidos de historias oídas, fotos y algún invento mío. Pero siempre he pensado que se debe a que fui feliz, disfruté y, por ende, es etapa superada, “no regrets” como dice una canción. Siento que esto me ha acompañado toda la vida, la mala memoria, el vivir hacia delante. Mi tercera verdad.

No significa que nunca haya tenido problemas, porque cuando se vive cerca de la familia no faltan (otra de mis verdades). Pero desde pequeño mi madre me enseñó que se enfrentan, que se hablan, que no se tiene vergüenza y que siempre es para mejor. Por eso los olvido, porque se arreglan, porque pasan a ser parte mía, aprendo de ellos, les saco el jugo y honro a mi vieja cuando me decía: “¡nunca!, nunca se comete un error dos veces”. Siempre los cometo, hasta tres o cuatro veces, pero los enfrento y los reconozco.

Así es mi madre, la perfección en la tierra. Lo sabe hacer todo, lo arregla todo, siempre “juega a ganador” como dice ella, reclama porque no hacemos nada pero cuando lo intentamos ya está hecho. Lo mejor es que mi papá es todo lo contrario, es despistado, desordenado, trabajólico, no sabe dar cariño aunque le brota por los poros. Son las dos mejores personas que he conocido y son, al mimo tiempo, las personas en las que más defectos encuentro.

He aquí otra verdad, tengo tanto de uno y del otro que no me parezco a ninguno. Heredé de mi padre lo soñador, lo romántico, lo ingenuo y de mi madre llevo lo testarudo, lo solitario, lo autosuficiente. Me veo en ambos, me escapo de ambos, pero sé que todo lo que soy, venga de ellos o no, se los debo, no porque me hayan llevado de la mano por la vida, sino porque me dejaron caminar solo, siempre mirando desde la esquina. No recuerdo que mi madre alguna vez me haya hecho una tarea, pero sí se que siempre estuvo ahí.

A través de mis realidades o verdades he construido al que hoy soy, orgulloso de lo que hago y feliz con mi vida y lo que me rodea. ¿Egocéntrico?, no lo sé. Tiendo a pensar que todo me ha resultado, meta puesta es meta cumplida, pero no soy ingenuo y, lo más importante, me criaron con humildad. Vivo esperando la caída, es más, quiero que llegue, que me haga crecer, que me enseñe.

Estos 21 años y las experiencias que han traído me sirvieron para definir quién quiero ser (por lo menos en esta etapa de mi vida) y qué quiero entregar a los que me rodean. Con este tesoro, con estas verdades, espero enfrentar el día a día y mantener mi mala memoria, porque creo que es signo de una vida bien vivida, de mirar para adelante, de actitud positiva. A fin de cuentas, eso es lo que quiero entregar desde aquí, desde mi balcón.

Primer saludo y seudo- declaración de principios



Primero que todo: Un gran saludo para cualquiera que pase por acá, pues la idea de tener este espacio es compartir mis ideas del mundo, perspectivas y opiniones, con los demás.

Siempre había querido tener un blog, pero la idea de que para escribir hay que vivir me había frenado un poco, pues no sentía tener cosas interesantes que contar. Ahora pienso que nada es realmente interesante (o todo realmente lo es, depende desde donde se mire) así que me dedicaré a escribir lo que es importante, trascendente, divertido, catártico, para mí, esperando que en algún momento lo sea también para ustedes.

No sé muy bien hacia donde caminará esta cosa, ni puedo adelantar mucho de lo que les voy a proponer en este espacio. De lo que si estoy seguro es que mi idea principal es la comunicación con el resto, construir y reconstruir un pedacito de realidad entre todos, compartiendo opiniones, gustos, risas, viajes metafísicos, voladas varias y alguna que otra historia de mi vida.

Por otra parte, siento que la vida se construye de pequeños momentos, los cuales encapsulan en su ínfima esencia todos los sentimientos y experiencias que se pueden experimentar en la vida. Por lo tanto, sentarse en un balcón, detenerse un segundo en la calle a mirar a la gente, hablar con desconocidos, un viaje en micro, una canción, un cigarro o una conversación; todos son momentos de los que podemos sacar las verdades y experiencias que necesitamos para construir nuestro mundo y maravillarnos una y otra vez.

Este principio me tienta a compartir esos fragmentos, esas desconexiones del mundo con los demás, pues en el día a día, en lo cotidiano, en lo pequeño está la esencia de nuestro paso por esta tierra, buena o mala, pero nuestra al fin y al cabo.

¿Cuántas ideas, pensamientos, voladas y meditaciones pasan por nuestra mente durante el día? ¿En cuántas oportunidades te desconectaste de la realidad mirando la pizarra de la clase donde estás sentado, esperando la micro, viendo televisión, escuchando música, estudiando, fumándote un pucho, tomándote un copete o simplemente haciendo nada? Esas cosas que pasan como ráfagas mentales, esos aullidos del filósofo que todos llevamos dentro, son los que quiero dejar acá, tal vez alguno nos conecte, nos haga pelear un rato o nos divierta un segundo.

Cuídense mucho. Ojala no se hayan aburrido mucho con esta lata y pasen de vez en cuando por acá.

Abrazos y buenas vibras !!!!!!!

PD: Si quiere entender un poco más mi volada de los fragmentos de la vida, lea “Historias en la palma de la mano” de Yasunari Kawabata. Son historias cortitas, de una simpleza y cotidianidad increíble, y aun así llenas de profundidad y reflexión… los orientales son buenos para eso ajjajaa !!!! Les recomiendo “Lugar Soleado”, es un cuento precioso.