sábado, 21 de noviembre de 2009

Vida de perro


El Siberiano (o Husky) es un perro especial. Según análisis de ADN realizados a distintas razas, se demostró que es una de las más antiguas del mundo, lo que podría traducirse en cierta sabiduría en la sangre. Los Chukchi, una tribu del este de Siberia, fueron los primeros en criarlos y eran bastante estrictos. Los cachorros machos eran sometidos a pruebas de destreza y fuerza, donde los mejores eran criados y tratados como reyes, mientras que los más flojos y torpes, junto a las hembras, eran sacrificados. Así que los descendientes de esos sobrevivientes son la creme de la creme perruna.

Tenía nueve años cuando conocí a Imay, y fue el único amor a primera vista que he tenido. Ella tenía siete meses cuando la abracé por primera vez y había llegado con una misión: opacar la pena que teníamos por culpa del atropello del Kimba, un perro medio Pastor y medio nada que mi hermana y yo habíamos recogido mientras andábamos en bicicleta por Peñablanca. Le dimos todo el jamón que mi mamá había comprado y luego de retarnos nos dijo que podíamos quedarnos con él.

Dos cosas no olvidaré nunca de ese primer encuentro. Primero, y a la distancia, el pelaje de la Imay parecía una de esas flores que uno sopla para pedir un deseo y se pierden, convertidas en pequeños pistilos por el aire. Con la lengua afuera y su pelo blanco y negro deshaciéndose y flotando, la vimos llegar en la parte de atrás de la camioneta, recién salida de la peluquería. Lo segundo fueron sus ojos. Blancos en el centro y azul cielo en el contorno, es lo que más me gusta de ella.

La primera vez que la llevamos al veterinario, el tipo nos dijo que nunca había visto un perro así. Creía en las reencarnaciones y cuestiones místicas y nos dijo que la Imay debía estar muy cerca de volverse humano y quizá no estaba tan equivocado. Era un tipo extraño, sin duda, pero con el paso del tiempo le fuimos dando un poco de crédito, por lo menos en que no es un perro normal.

Los siberianos rara vez ladran o muerden, no están hechos para eso. Pero la Imay se crió con dos perros de la calle, que le enseñaron bastante. Ella venía de una familia acomodada, con padres que ganaban concursos y salían en comerciales. El Kasan y el Kimba (segundo) venían quien sabe de donde, y sabían poco de estirpe. Con ellos aprendió a correr detrás de los colectivos, a ensuciarse, a cazar palomas y ladrar, muy fuerte por lo demás, y más ronco que cualquier otro perro que haya escuchado. A veces, y no les miento, es como si hablara.

La Imay ya tiene 15 años y le queda poquito. Ya no se escapa cada vez que queda la puerta abierta, ni le gusta salir a dar paseos. A veces le ladra al suelo y parece que está media sorda. La he tenido que recoger varias veces de la escalera, porque sus patas ya no son las mismas, y eso que nunca le tocó arrastrar un trineo por Siberia, sólo a mí y a mi hermana, cuando los rollers estaban de moda y la Avenida San Martín era el lugar para lucirlos. Pero sus ojos son los mismos, azules y expresivos, y todavía pone su cabeza en la pierna de alguien cuando quiere comida.

La voy a extrañar cuando ya no esté y será pronto. No quiero verla sufrir y ya me da mucha pena cuando hay que recogerla del suelo porque se le doblan las patas. Me da pena también que no pudo tener cachorros porque tenía un tumor en el útero, y me da pena también que haya sufrido toda su vida ataques de epilepsia. Le ha tocado duro a la pobre, pero sé que ha sido feliz.

Lo que más voy a extrañar de la Imay, cuando ya no esté, son los escándalos que hacía cada vez que me veía abrazar a alguien. Se ponía celosa, de unas más que de otras y tenía buen ojo, debo decir, ninguna le gustó mucho.

Todo esto fue porque quería contar que me sorprende que haya aprendido a ladrar bajo el alero de dos atorrantes, y que es algo que yo también debería hacer. Debería ser como ella y aprender por necesidad, por adaptación, supervivencia. Pero ella no ladra, hace como que ladra. Quizá no somos tan distintos.

4 comentarios:

ToÑo dijo...

Según el tipo que me la regaló, Imay significa "flor de altura". Yo sé que en Quechua significa "mío".

Para mí significa "Un perro de otra galaxia".

Paulina Fernández Foucher dijo...

Da pena ver como envejecen y que ya no son lo suficiente fuerte y rápidos como antes. Todos llegaremos a eso, pero lo corta de sus vidas denotan los violentos cambios.

Yo también perdí a mi Pucky, llegó cuando yo tenía 5 y me acompañó hasta los 20. Si bien no tenía una mirada color cielo, para mí sus ojos eran hermosos, los más expresivos que he visto, es que no necesitaba hablar para expresar tantas cosas, creo que es eso lo que más extraño, su compañía, sus juegos con la pelota y su tierna cabeza en mi pierna.

Su partida fue triste, pero tuvimos una semana para despedirnos. Comenzó con ataques de epilepsia y con los días empeoró, no soportamos verlo sufrir y preferimos sacrificarlo... ya estaba viejito, casi ciego, sordo y con sus patas chuecas. Tuvo una vida feliz y merecía un final digno.

Se fue el día del cumpleaños de mi papá, justo 14 años antes había llegado a la casa (el sueño de mi viejo siempre fue tener un perro) y yo me arrepiento de no haber estado ahí, esa tarde llegué a mi casa después de la U a celebrar a mi papá y me dieron la noticia, el Pucky, mi compañero, se había ido.

Disfruta a la Imay y lo mejor es que los recuerdos de las cosas que vivieron juntos nunca se irán.

Cariños!

Caracolito dijo...

Haces como que ladras...
Besitos.

Caracolito dijo...

Ahhhh y habla por algunas no más, puedo dar fe que a mí nunca me ladro jà.