martes, 18 de agosto de 2009

La elegancia del caracol

Leía hace un tiempo a un tipo que hablaba sobre el amor de familia y ponía de ejemplo a Keith Richard jalándose, con un poco de magia blanca, las cenizas de su padre. “El acto siempre está por encima del pensamiento” decía, mientras yo pensaba que quizá la satisfacción del acto y su incomprensión son cosas absolutamente ligadas. Y es que nunca se dan todas las razones cuando justificamos lo que hacemos, ergo, las absolutamente incomprensibles por el resto son las absolutamente gratificantes para uno. Quizá no sea la mejor teoría. De hecho, eso de entender las cosas está absolutamente sobrevalorado.

Me fumaba un cigarro hace unos días, mientras rogaba que no se pusiera a llover de nuevo para no tener que pararme en la entrada del edificio rodeado de gente que no conocía y, de pronto, ella se despidió. Chao, cuídate, que estés bien. Beso, abrazo, pasos. Ella de espalda haciéndose cada vez más pequeña. Poniendo los pies uno al frente del otro, como caminan las que saben hacerlo. Era segunda vez que la veía en persona, pero la primera fue fugaz, de noche, después de la juerga y en realidad ni ella ni yo nos vimos. Una coincidencia espacio tiempo interrumpida por un amigo con agua en el bote gritando improperios que me obligaron a bajar la mirada, tomarlo del brazo y seguir caminando.

Beso, abrazo y pasos de una que sabe. Fue el abrazo, pensé de repente, el segundo abrazo. Ya me había dado uno cuando llegó llena de amigos y me saludo entre los míos. En ese momento me pareció extraña la forma en que se reconocen dos personas que nunca se han visto y menos han cruzado palabras, sino letras. ¿Habrá visto ella al mismo con el que conversa a veces? ¿Será ella esa misma?, pensé. No el primero, no lo noté. Fue sin duda el segundo abrazo el acto y ella no lo supo. No tenía por qué tampoco.

Una noche de la semana pasada estaba sentado frente a mi compañero inseparable de aventuras y desventuras y le decía que por temas de comodidad habíamos caído en la mala costumbre de sentirnos seguros donde estábamos, cómodos con los nuestros, y que eso nos privaba de cosas. Hay que conocer más gente, espeté decidido y envalentonado gracias al gin. Tienes razón, dijo él, por culpa del pisco. Obviamente, seguimos sentados uno frente al otro, en una mesa demasiado pequeña para mi gusto, sin hablar con nadie más que los dos meseros que nos atendieron.

Mi hermana me contaba que hace unas semanas tuvo que renovar sus documentos y que mientras esperaba en el registro civil notó que un chico la miraba mientras escribía en una libreta. Notó al salir que la seguía y luego de revisarse para ver si le habían robado algo, lo perdió de vista. Más tarde encontró en uno de sus bolsillos un poema sobre la belleza que se pierde y difumina en las salas de espera y en la burocracia de la vida, sin nombre, sin contacto, sólo por la satisfacción del acto. Yo pensé, no muy convencido de mi mismo (cada día me creo menos) que también era capaz de algo así…creo.

Beso, abrazo, pasos. Yo apoyado en la pared con mi cigarro a medio terminar y ella caminando, un pie delante del otro, sin saber que su acto me había alegrado el día. ¿Por qué habría de abrazarme si a penas me conoce? Si hubiese sido yo, no lo habría hecho, pensé. Me di rabia. ¿Si se lo hubiese dado yo habría pensado lo mismo que pienso? Quizá para ella es normal y no merece mayor análisis que el de un saludo o una despedida amigable. Ella encarnó por un breve segundo, mientras se desaparecía por la Avenida Errázuriz con caminar elegante, lo que yo me había propuesto esa noche de tragos. Y sólo le bastó con un gesto, un acto por encima del pensamiento. No del suyo, claro está, sino del mío.

No la conozco más allá de algunas conversaciones y dos abrazos, pero me alegró un día de lluvia, lo que lo hace aún más meritorio. Después me dijo que me veía bien en mi camisa a rayas y terminó por coronar su acto de bondad hacia un seudo desconocido, aunque mi camisa haya sido a cuadros. Espero que esto te alegre el día o lo que queda de él.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegraste.

Paulina Fernández Foucher dijo...

Muchas veces un gesto, en este caso un abrazo, bastan para darse cuenta que hay algo especial más allá. Ojalá ese abrazo se repita y que esa vez lo impulses tú.

Felipe Chicoco... gonchela de cuando en vez dijo...

lo del caracol por lo lento o baboso? ... yo creo que te falta más valor wn ...ese de 35°o 40°.
Wen texto hombron, como siempre te digo...te deberiai dedicar a esta wea.
SALUD.os

Paz · dijo...

¿Te acuerdas de "El sueño del caracol"?

Para la próxima no pienses tanto, darle tantas vueltas a un mismo asunto a veces aleja esos momentos..


saludos, cara de plasticina.

jaaaav dijo...

bonito eso, cuando la gente te regala momentos de alegría sin proponérselo, cuando de la rutina sale algo que te llama la atención; a veces sí puede ser un buen día :)
ojalá tengas hartos, saludos!

pd. creo que te ví ayer en subida ecuador, CREO

Anónimo dijo...

Alegrame el día, porfavor

ToÑo dijo...

a quién ?

Anónimo dijo...

¿A quién crees?, y sí a tu mensaje.
Buen día